Presentación de su disco El don del vuelo sin el arte hermano del aterrizaje

Dentro de unos años nos dedicaremos a hacer catas verticales con los discos de Tachenko. Nos reuniremos con viejos pantalones de pana desgastados y americanas que en algún momento fueron bonitas (con coderas, por supuesto), para debatir. Lo veo. Escogiendo con cuidado cada palabra para impresionar a los estudiosos de distintos puntos cardinales reunidos allí, para sorprenderles con la frase analizada ese semestre en la cátedra que cada uno tengamos. Puestos a elegir me pido en algún lugar con verde y cafeterías de madera, por favor. Y la cosecha de 2018 será de las buenas, de las excelentes, porque este año ha llovido mucho y esto ayuda. Al campo y a la vida en general. La vida sencilla, la que retrata Tachenko en cada disco. La que celebra el gesto menor como una victoria. Certeras palabras acomodadas en melodías marca de la casa. En tiempos donde las hojas promocionales deben vender humo con absurdos detalles que no importan, escribir acerca de la materia noble de este arte que es hacer canciones no sabéis como me gusta. Ellas hablan. No hace falta decir que han madurado, porque solo se han hecho más viejos, en el sentido de la sabiduría adquirida entre risas, copas y besos de amigos. Porque eso es para mí Tachenko, la célula activa junto al Ebro a la que acudo cuando quiero que la guerra de las canciones no acabe nunca. Aquí está la cosecha de 2018.